Búho o la memoria imposible

Ayer comenzó el FAE con la presentación de la obra “Búho”, de Titzina Teatro, colectivo teatral formado por Diego Lorca y PaKo Merino.

Búho cuenta la historia de un antropólogo forense que sufre un grave accidente, el cual afecta de manera importante su memoria. Este argumento es apenas un pretexto para desplegar una imagen (poética) generadora que explora el fenómeno de la memoria en diversos niveles. Por una parte, el del especialista en yacimientos paleolíticos que preserva la memoria de la especie, el del paciente con amnesia que se enfrenta al problema ontológico de no recordar su pasado, es decir, de no recordar los elementos que constituyen su identidad. Y también el de aquel que experimenta dolor a través de la evocación de la hermana. Todos ellos son Pablo, todos son el búho, todos son de algún modo ese animal atávico que abre los ojos en la oscuridad de una memoria fragmentada.

¿Y cómo realiza Titzina el tejido de esa memoria agonizante? A través del entrecruzamiento de planos temporales y espaciales. Para concretar este procedimiento que provee a la obra de una especie de continuo entre las diferentes coordenadas en las que se articula el relato, Merino y Lorka utilizan dos paredes o muros con los cuales configuran las distintas locaciones en las cuales acontece la anécdota: la consulta, la habitación de Pablo, la cueva con los dibujos rupestres, entre otras. Además, estos muros son utilizados como pantallas en las cuales se proyectan una serie de videos que también conforman  lugares, tanto reales como oníricos. En ese sentido, cabe mencionar que gran parte del movimiento de la obra se presenta a través de imágenes oníricas que son contrastadas con escenas más cercanas al realismo. Con respecto a este eje onírico-realista me gustaría intercalar algunas anotaciones:

  1. El uso del claroscuro, esa luz espiritual que parece brotar de la oscuridad misma, juega un papel fundamental en la concreción de las imágenes oníricas. Estas imágenes también son poéticas, dado que la cadena de significantes que las compone opera en varios niveles de significación, y más importante aún, propicia la participación del sujeto-espectador dentro de una instancia de fragilidad que moviliza su aparato emocional. Mencionaré alguna de esas imágenes:

    • Pablo corriendo a través de un bosque que por momentos podría ser también una constelación o un cielo estrellado. (Nunca dejan de sorprenderme los actores y bailarines que pueden correr en un solo sitio de manera verosímil.)

    • Los hombres topos (es decir los espeleólogos) avanzando a través de las cuevas, cual peces abisales rompiendo la oscuridad con la luz de sus rostros.

    • La aparición del búho. (Excepcional trabajo corporal de Pako Merino.)

    • La conversación con la profesora de física. Cuenta con un diálogo emotivo y ágil.

    • La cueva con los dibujos rupestres, y el consecutivo uso de videos que aluden al teatro de sombras. (Aquí, el monólogo sobre el primer artista que no sabe que lo que hace se llamará Arte con el tiempo es sencillamente sublime. Dibujar un bisonte mientras se pone en los trazos otras vivencias que no son el bisonte, bellísimo.)

    • Y la imagen que liga el ámbito de lo real con el onírico: cuando el hombre topo (el antropólogo forense, los llamo hombres topos, porque es la sensación que me transmitían cuando reptaban) aparece e interactúa con Pablo durante la comida.

    2. Estas imágenes y otras son contrapuestas a ciertos momentos que están más instalados dentro del código realista, sin que podamos afirmar que se trata de una representación realista exprofeso. Tengo la impresión de que el ritmo de la obra se ralentiza durante dichos intervalos. No obstante, como dijo Sanchis Sinisterra en una ocasión, citando a su “hermano gemelo” Marco Antonio de la Parra: siempre hay que negociar con el realismo. Y en este caso, esa negociación es muy necesaria para vertebrar el discurso de la puesta en escena.

Otras consideraciones: la obra integra de manera efectiva el texto dramático, el trabajo corporal y los elementos  audiovisuales; las transiciones son parte de la imagen teatral y no generan discontinuidad ni en el ritmo ni en la composición. La  música me parece un poco predecible, sobre todo en los instantes de onirismo, aun así debo decir que aunque un poco excesivo para el lirismo de la escena, me sorprendió escuchar de pronto Eulogy de Tool.

Creo que hay mucho más que desgranar, pero estos son los apuntes que logré tomar y además ya son las 2 y 24 de la madrugada. Dicho esto, quisiera terminar trayendo a colación algunas ideas de Han y otras de Steiner. El filósofo coreano dice algo que me parece hermoso y que conecta con el texto de Diego Lorca. Para Byung-Chul Han la memoria, al contrario de la información, muestra una estructura narrativa, es decir, la mera acumulación y colindancia de datos no genera memoria, sino más bien, en palabras de Han, en el trastero las cosas se limitan a estar unas junto a otras, no están estratificadas, les falta historia. Y es precisamente lo que los antropólogos (en la obra Pablo)  hacen al ordenar los datos que recogen en sus excavaciones, conferir una épica a la memorabilia humana, una historia que consolide las reminiscencias de la especie. La consecuencia de este proceso es bastante clara: la entrada del elemento ficticio en la construcción de cualquier memoria. ¿Cuántas revisiones ha sufrido a lo largo del tiempo la teoría de la evolución humana? Cuando faltaban pruebas los especialistas aventuraban conjeturas (ficciones) para llenar los huecos temporales o las contradicciones. ¿No ocurre del mismo modo con la memoria personal, incluso con la de los pueblos? ¿Son nuestros recuerdos una fiel reproducción de lo pasado o también está nuestra identidad apuntalada en la invención? Steiner explica que el pensamiento es inseparable de una profunda e indestructible melancolía. Recordar también es pensar, quizá por eso el recuerdo está tan ligado a la nostalgia. Completamos lo que perdemos al reelaborar la experiencia en pensamiento, ficcionamos, pero aún así, el ruido de fondo de la pérdida persiste. Quizás por esta razón en los momentos finales de la obra, el personaje central se niega a que otros escriban sobre él, si permite que otros lo inventen ya no habrá vuelta atrás, se habrá extraviado para siempre. Es probable que el llamado a resistirnos al etiquetado, tan de boga en nuestro tiempo, sea otra de las conclusiones que se desprenden de esta poderosa puesta. En una época de epítetos generacionales, de manipulación de la historia y de posverdad, urge más que nunca la recuperación de las memorias todas.

Jhavier Romero
Panamá, 10 de abril de 2025.

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