Poesía: Antoine Cassar

Antoine Cassar

(Londres, 1978) es un poeta, traductor, editor y activista creativo maltés. Escribe en maltés e inglés, sobre todo sobre mapas y fronteras, ciudades e idiomas, también sobre caminar y salud mental. Su poesía ha aparecido en Lithub, RN Books & Arts (Australia), France 3 TV, Radio Nacional de España, SFR 2 Kultur (Suiza) y RTV Slovenija, entre otros. Recibió el Premio Nacional del Libro de Malta en 2018 y está preseleccionado para el premio Poeta Europeo de la Libertad.

 

 

8 haikus sin fronteras

Un aeropuerto.
Salta la aduana un niño.
No ve fronteras.

*

Un niño sirio
en la lona de su tienda
dibuja casas.

*

No hay bandera
que valga lo que la mano
que la cosió.

*

¿Cruza la gente
las fronteras? Más bien
ellas nos cruzan.

*

Decid, marcianos:
¿en vuestros cielos
se ven nuestras fronteras?

*

¡Europa! ¿No oyes
que del fondo del mar
el amor te llama?

*

¿Por qué acaricias,
mar, la tierra
que te hizo tumba?

*

¿No es  redondo  el mundo?
Pregúntale al viento
y al muro derribado de Calais.

 

 

Alba en el ocaso

Silba el sol estival
estridente
sobre el aeropuerto de Viena

Despegamos hacia un ocaso
maduro como los higos
y encaramos al oeste-noroeste
en la dirección aproximada
de mi casa lejos de casa

De repente, tierno,
el sol emerge de nuevo
por el oeste

Un alba que brota
por entrañas y hombros

Tras el joven Danubio avanzamos
río arriba, despreocupados,
con el filo de la noche
acechante y sigiloso
a nuestras espaldas

El sol tantea el horizonte
toda una hora
Esta es la más larga
salida o puesta de sol
que jamás he vivido

Ahora que tal vez voy entrando
en la media tarde de mi vida
cuántas horas quedan
para construir una guarida
de libros y mapas y gatos
en la brisa marina de ayer
entre las higueras de mañana
Debería ir empezando
mientras haya luz

Encaramado en el horizonte
este candente y helado
arco de posibilidad

¡Ping!
Preparados para el aterrizaje
¿Y por qué tenemos que bajar ahora?
Si abajo está muy oscuro
Sueño tengo, pero no me importaría
seguir volando al oeste
y quedarnos en lo alto
doce horas de atardecer

Al menos hasta que la Línea
internacional de cambio de fecha
rebane la latitud
de mi juventud mesetaria
y así reviente la carne escarlata
de la fruta tan madura que no cae

 

 

Día 31

Miro la nieve que cae. Con la mirada fija.
Caminando medio dormido a través de un suave zumbido.
En mi cabeza no queda más que ruido blanco,
granos de arroz esparcidos en la pantalla borrosa.

Miro la nieve que cae. Me asfixio.
Hubo un tiempo en que tuve el corazón y la fuerza
para atrapar y examinar cada copo en mi mano
en lugar de contarlos todos como un solo montón.

Miro la nieve que cae. Mi mirada está bajo cero.
Camino entre las plumas de una almohada hecha jirones
por los dientes de un gigante que no  puede dormir.
No sé si oigo el viento o su gemido.

Miro la nieve que cae. Estoy alucinado.

Mis ojos se pierden en el vals de diciembre.
Como confeti en una boda sin novios.
Estalactitas lechosas caen de las ramas.

Miro la nieve que cae. Me congelo.
Caminando bajo una tormenta de somníferos.
Saco la lengua, tal vez esta noche
las tranquilas olas de la respiración me lleven.

Veo que deja de nevar. Me estoy adormilando.
El zumbido se apaga. El gemido se apacigua.
El último copo se derrite en mi palma.
En algún lugar de una veta azul, el gigante descansa.

 

 

Día 17

Esta noche tengo una cita con mi sombra,
temo que llegue antes que yo, a tender la trampa.
Tengo que apresurarme. Caminen, pies,
hagan vuestra magia —talón, planta, puntas,
el otro talón, y allá vamos. Pronto se  acostumbrarán
a llevar este ritmo. Cuidado con los pozos
que acechan cuando cae el sol.
Cuidado con los cristales rotos del último sueño.
No rehuyan al viento, que llega sin ecos.
Paso a paso, confíen en la sangre que los nutre
como los ventrículos confían en vuestro compás.
No se estremezcan de una zancada a otra.
No traten de afianzarse sobre el terreno.
No envidien la firmeza de las raíces de los árboles,
como ellas no envidian vuestro caminar.
¿Por qué este miedo después  de explorar tanto?
Consiguieron salir del Gran Valle del Rift,
atravesar desiertos, mares, continentes,
¿no son capaces de salir de esta floresta?
Sigan caminando —talón, planta, puntas, el otro
talón, planta, puntas, de nuevo el talón,
y pronto llegaremos, la sangre templada para lo que nos espera.

Ya estamos, de vuelta en el claro, nuestra sombra
tras de nosotros. Oscura, alargada, sin rostro, sorda y ciega.
Nos reiríamos juntos, le haríamos compañía,
la llevaríamos allá donde fuéramos, aunque fuera al mar.
Entonces creceríamos, le culparíamos por cada desliz,
le humillaríamos por cada metedura de pata del corazón,
la veríamos ensancharse hasta parecer
la figura del padre volviendo a casa,
lista para pasar en vela otra larga noche,
con las tinieblas acumuladas durante el día.
La sombra no busca venganza. Ni siquiera siente.
La sombra no es otra cosa que una imagen oscura
proyectada por nuestro cuerpo cuando se opone a la luz.

Sin ojos, nos observa; sin lengua, nos cuenta
que no hay guerra ni paz posible con ella,
que es poco más que un testigo
de que seguimos caminando bajo los rayos del sol.
No hay perdón que pedir, ni gracias por dar.
Para el perdón, deberías buscar en  la  sangre
tras este paseo por los confines de nuestras venas;
como aquel que aún incordia y se entromete,
pero al cual dejamos alejarse en paz
en compañía de nuestra sombra
que se  funde poco a poco  en el crepúsculo.




Traducción de Carmen Herrera Castillo.
Revisado por Jhavier Romero.